martes, 7 de septiembre de 2010

BIENESTAR EMOCIONAL.


Tener mucho dinero no da la felicidad, aunque no tenerlo puede hacernos muy desgraciados. La sabiduría popular siempre ha intuido lo que diversas investigaciones sobre la felicidad venían mostrando y un nuevo estudio, tras analizar las respuestas de más de 450.000 personas, acaba de confirmar: por encima de cierto nivel de ingresos, no somos necesariamente más felices, incluso cuando nos creamos que sí lo somos.
La nueva investigación, realizada en el Centro para la Salud y el Bienestar de la Universidad de Princeton y publicada en 'Proceedings of the National Academy of Sciences' (PNAS), ha analizado una encuesta de la compañía Gallup en la que residentes en EEUU mostraban su nivel de satisfacción con su vida y señalaban las experiencias agradables o tristes que habían tenido el día anterior.
A partir de estos datos, los científicos han diferenciado entre dos conceptos: el bienestar emocional, que da cuenta de las sensaciones felices que suceden en el día a día, y la evaluación de la vida, que se refiere al concepto que los participantes tenían de su propio nivel de satisfacción. Para medir el primero, se tuvieron en cuenta sensaciones positivas, como risas y sonrisas frecuentes. Para el segundo, los voluntarios calificaban su vida con una nota del cero al 10.
Como muestra de que el dinero contribuye a la felicidad, los resultados reflejan que ambos términos crecen a medida que los ingresos del hogar aumentan, y ambos son dramáticamente bajos cuando se sufre escasez económica. Sin embargo, a partir de cierto punto, tener más dinero sólo mejora la evaluación de la vida, pero no incrementa las experiencias positivas que se viven a lo largo del día. Es decir, los encuestados valoraban mejor su felicidad, pero lo cierto es que no reían más, ni pasaban más ratos de disfrute o alegría.
"El bienestar emocional también incrementa con la renta, pero ya no progresa a partir de los 75.000 dólares anuales [algo más de 58.000 euros]", explican los investigadores. El ingreso medio por hogar al comenzar la encuesta era de 71.500 dólares, y un tercio de los hogares estaban por encima de este umbral. "Concluimos que un salario alto compra la satisfacción, pero no la felicidad". Eso sí, el caso contrario, el de las rentas más bajas, tiene difícil remedio: "Se asocia tanto a una baja evaluación de la vida como a un bajo bienestar emocional".
"El dinero es igual a la felicidad por debajo del nivel de subsistencia, pero, por encima de éste, no siempre funciona", explica Eduard Punset, divulgador científico y autor de varias obras sobre la felicidad. "Es significativo que los participantes exteriorizan señales de felicidad [como la alegría o la risa] por debajo de lo que dicen", añade. "En estos casos, tienes que guiarte por lo que muestra el subconsciente", asegura. O, en palabras de los propios investigadores, "las descripciones de las emociones de ayer representan una medida del bienestar emocional más pura que la típica pregunta sobre la felicidad".
Los investigadores de Princeton, que recuerdan que la cuestión sobre si el dinero da la felicidad es muy común tanto en discusiones académicas como en conversaciones coloquiales, mencionan que se trata de un ejemplo de la llamada ley de Weber, normalmente aplicable a la percepción de fenómenos físicos, como la percepción de la intensidad de una luz o un sonido. Dicha ley afirma que la impresión que nos produce un cambio ha de considerarse proporcionalmente, no en términos absolutos. Por ejemplo, un aumento de 100 dólares (o euros) no significa lo mismo para un ejecutivo financiero que para un trabajador que percibe el sueldo mínimo. Sin embargo, si a ambos les doblan sus respectivos salarios, la satisfacción que sienten uno y otro sí resultan muy similares.
Los resultados del estudio, en todo caso, no significan que si alguien recibe de repente un importante aumento de sueldo no vaya a ser más feliz. Probablemente lo sea. Lo que ocurre es que, ante unos ingresos más o menos constantes y que permitan vivir con cierta comodidad, el bienestar emocional comienza a depender de otras cosas, incluido el temperamento de cada uno.
fuente
elmundo.es

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