viernes, 12 de febrero de 2010
MEDITACION
Una antigua leyenda hindú narra que había una reina cuyo mayor tesoro era un collar formado por unas extrañas piedras azules talladas, únicas. Pasaba largos ratos contemplando la alhaja cuando una mañana, al despertar, descubrió que su collar había desaparecido y, desesperada, trató de encontrarlo. Vivió momentos de mucha angustia hasta que, ya resignada, al mirarse en un espejo descubrió que el collar estaba alrededor de su cuello. Para los rishis, los grandes maestros de la India, meditar es como el collar de la leyenda: descubrir que el amor, la paz y la felicidad que el hombre busca desesperadamente en el mundo exterior, en realidad están en su interior. Y el camino para reencontrarse con lo que los maestros consideran su verdadera naturaleza, su Yo con mayúscula, es la meditación.
"Pero no podemos lograrlo por medio del pensamiento, porque nuestro intelecto mira la realidad y la transforma en signos, sin una experiencia directa. Pensemos en una manzana: el intelecto ve la manzana y comienza a describirla; un tratado sobre las manzanas puede ocupar una biblioteca. En cambio, morder una manzana es una vivencia. Hay un abismo entre comer una manzana y leer sobre ella. Para entrar en contacto con nuestro ser tenemos que superar la barrera del pensamiento", dice Alberto Lóizaga, médico psicoanalista que aplica la meditación a la terapia.
Hay muchas maneras de caminar ese sendero hacia lo profundo. Algunas son curiosas, como la de los mevlevís o derviches giradores, religiosos bailarines que giran sobre sí mismos hasta alcanzar el éxtasis. "Pero en la mayoría de las tradiciones (hindú, budista, taoísta) meditar es muy simple: encontrar un lugar tranquilo, relajarse y repetir un mantra o acompañar la respiración. Un mantra es un sonido sin significado que se repite. Sonidos primordiales cuyo valor radica en su efecto sonoro, en su vibración", explica Sonia Steed, una de las primeras instructoras de meditación trascendental que tuvo el país.
Pensamientos intrusos
Siempre, al principio, pensamientos intrusos acosan al meditador. Urgencias de todo tipo: horarios, compromisos, un teléfono que suena, incluso la intriga de si realmente tiene sentido estar sentado allí, repitiendo un sonido sin significado. La actitud es no luchar contra ellos, sino dejarlos ir y venir mientras se repite el mantra.
"Porque al sentarnos en zazen, la meditación budista zen, dejamos de perseguir y de escapar. De agredir, de competir y de compararnos con los otros. Dejamos de luchar, de sufrir, somos simplemente nosotros mismos. Rescatamos de la ignorancia el verdadero ser esencial que hay en cada persona humana", reflexiona el monje budista zen Jorge Bustamante.
Habría que meditar dos veces por día, unos 20 minutos. Al levantarse y al anochecer, cerca de las 19. Es fundamental la constancia, hacer de la meditación un hábito necesario en la vida cotidiana, importante para la propia realización", advierte Lóizaga.
"Cuando meditamos, el cuerpo y la mente experimentan un profundo reposo, pero siguen alerta, por eso se denomina alerta en reposo . Este estado es más profundo que el sueño y libera mecanismos de autorreparación que disuelven las tensiones profundas y el estrés acumulado. Los efectos son enormes: reduce el insomnio, la depresión, el consumo de alcohol y tabaco, aumenta la capacidad de amar y crear, cambia nuestra visión de la realidad y alcanzamos la paz", apunta Steed.
Pero los efectos de la meditación trascienden al meditador. Estudios científicos demostraron que el meditador no sólo se mejora a sí mismo, sino que también beneficia a su entorno. Entre 1972 y 1973, un equipo de la Universidad de California, dirigido por los investigadores Garland Landrith y Candace Borlan, notó que en ciudades como Santa Barbara, Pleasant Hill y Santa Cruz, donde el 1% de la población meditaba, la criminalidad bajó en un 8 por ciento.
"Se comprobó, además, que un porcentaje de meditadores en una cárcel, o en un instituto psiquiátrico, bajaba los niveles de agresión. Los meditadores somos militantes de un terrorismo invertido que, en vez de agregar violencia y dolor al mundo, rescata la paz y el amor", agrega Lóizaga.
Una experiencia interesante es la de la Fundación El Arte de Vivir, creada por Sri Sri Ravi Shankar con rango de consultora de las Naciones Unidas. En las cárceles de la India se impartió meditación a 1.200.000 reclusos. Sólo en la cárcel de Tihar Jail, la más grande de Asia, a 4400 internados. En institutos argentinos, alrededor de 1000 internados y 400 miembros del personal de seguridad siguieron los programas de la fundación.
Los rishis sostienen que en meditación ningún sistema es mejor que otro. Todos son caminos válidos hacia lo más profundo del ser. Encontrar el sendero es una experiencia muy personal, ineludible, tan importante como meditar. Requiere ver, buscar, interrogarse a sí mismo hasta que, en determinado momento, el buscador encuentra el sendero.
fuente
www.lanacion.com.ar
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