miércoles, 14 de abril de 2010

CUANDO DIOS PARECE ESTAR AUSENTE




Ariel Alvarez Valdés


Hace 2300 años, un filósofo griego llamado Epicuro se paseaba por las calles  de Atenas planteando a la gente un terrible dilema, que todavía no hemos  podido resolver. Epicuro decía: “Frente al mal que hay en el mundo existen dos  respuestas: o Dios no puede evitarlo, o no quiere evitarlo. Si no puede, entonces no es omnipotente. Y si no quiere, entonces es un malvado”.  Cualquiera de las dos respuestas hacía trizas la imagen de la divinidad.


Hoy, frente a los terremotos de Haití y Chile, el dilema de Epicuro sigue  resonando como una bofetada en el corazón de millones de creyentes, que  continúan preguntándose cómo es posible que un Dios amoroso y providente  pueda permitir que sucedan semejantes desgracias en la vida de los seres humanos sin intervenir ni ayudar.


En realidad Epicuro con su dilema  no negaba la existencia de Dios; sólo quería  apuntar a la misteriosa e inexorable existencia del mal en el mundo. Sin  embargo su dilema ha llevado a mucha gente al ateísmo; y de hecho, así  planteado, debería llevarnos a perder la fe, ya que resulta inadmisible que Dios,  pudiendo evitar las calamidades que suceden, no pueda o no quiera hacerlo.


¿Cómo resolver el dilema?


En primer lugar, se debe evitar la tentación de atribuir el mal a Dios, como han  hecho algunos predicadores religiosos. Por ejemplo Pat Robertson, el famoso  tele evangelista estadounidense, declaró públicamente que la verdadera causa  del terremoto de Haití es un castigo divino porque los isleños hicieron hace  años un pacto con el diablo. Semejante afirmación, además de ser ofensiva  para Dios y para los haitianos, elimina nuestra responsabilidad humana. En  efecto, por nuestra culpa muchos de los cataclismos naturales que padecemos afectan sobre todo a los más pobres. Porque donde ellos  viven las casas están  peor hechas, existen menos hospitales, hay menos médicos, menos bomberos, menos recursos, y menos prevención. Además, muchos terremotos, inundaciones y catástrofes tienen un origen en la irresponsable actitud del  hombre, que viene destruyendo incesantemente la naturaleza. Por eso culpar a  Dios  de estos sucesos resulta insensato.


Además, si hay algo que Jesús ha dejado en claro es que Dios no manda  jamás los males al hombre. Ya en el primer sermón que pronunció en su vida,  llamado el sermón de la montaña, enseñaba que Dios “hace salir el sol  sobre buenos y malos, y llover sobre justos e injustos”. Es decir, Él sólo manda el bien incluso a los pecadores.


Para enseñar esto adoptó una metodología muy eficaz: comenzó a curar a  todos los enfermos que le traían, y les explicaba que lo hacía en nombre de  Dios, porque Él no quiere la enfermedad de nadie. Del mismo modo, cuando le  pedían ayuda por alguien que había fallecido, jamás decía: “No; conviene dejarlo muerto porque ésa es la voluntad de Dios”. Al contrario, lo resucitaba  inmediatamente para enseñar que Dios no mandaba la muerte, ni la quería.  Incluso un día sus discípulos vieron a un ciego de nacimiento, y le preguntaron: “Maestro, ¿por qué este hombre nació ciego? ¿Por haber pecado él, o porque  pecaron sus padres?” (Jn 9,1-3). Y Jesús les explicó que nunca las  enfermedades son enviadas por Dios, ni son castigos por los pecados.


En otra oportunidad vinieron a contarle que se había derrumbado una torre en  un barrio de Jerusalén y había aplastado a 18 personas. Y Jesús les aclaró que  ese accidente no era querido por Dios, ni era castigo por los pecados de esas personas, sino que todos estamos expuestos a los accidentes y por eso  debemos vivir preparados (Lc 13,4-5).


Todo esto vuelve inaceptable las declaraciones de los que, cuando sufren  algún contratiempo o accidente, responsabilizan a Dios. El Dios cristiano jamás  puede enviar ni consentir ningún mal, ni siquiera a los pecadores.


Pero aún cuando Dios no quiera el mal, el dilema de Epicuro sigue interpelándonos: ¿por qué no los evita? ¿No puede o no quiere?


En realidad el enigma del filósofo griego está mal planteado. No podemos decir  que “Dios no puede impedir” el mal que hay en el mundo. Lo correcto es decir  que “es imposible que no haya mal”. ¿Por qué? No porque sea un misterio, como se responde a veces cuando se quiere evadir la cuestión y dejarla en  penumbra para evitar una supuesta crítica a la actuación divina. No. El mal no  es un misterio. Es inevitable, sencillamente.


Sería imposible la existencia de un mundo sin mal, por la simple razón de que  el mundo es finito, limitado, precario. Dios no podía crear un mundo perfecto,  porque lo único perfecto que existe es él. Todo lo demás que pudiera crear, resulta necesariamente limitado. Y a esa limitación le llamamos mal. Hablando  hipotéticamente, Dios podría no haber creado este mundo. Pero si lo crea,  tienen que ser necesariamente finito (si no, se crearía a sí mismo). De modo que la finitud, la imperfección, la carencia, la privación, estarán siempre  presentes como parte de la naturaleza.


El mundo, como hoy está creado, tiene sus propias leyes que lo rigen de  manera autónoma, y las inevitables condiciones de esa finitud hacen que Dios  no las pueda manipular a su antojo, evitando permanentemente el mal, porque iría contra las leyes que él mismo puso. Por lo tanto, no es que Dios “no quiera”  o “no pueda” evitar el mal, sino que simplemente el planteo carece de sentido.  La idea de un mundo sin mal es tan contradictoria como la de un círculo cuadrado.


Pero entonces queda una pregunta: ¿valía la pena que Dios creara este  mundo? Por supuesto que sí. Para el creyente, si Dios lo ha creado así, es  porque valía la pena. Él por su parte, se compromete, acompaña y trabaja junto  a los que luchan por erradicar el mal, por implantar la justicia, por sembrar la  paz y fomentar la igualdad entre los hombres. A tal punto, que la salvación del  hombre dependerá de si ha ayudado a Dios en obrar el bien: “Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber”.


Dios quiere el bien, ama el bien y asiste a cuantos trabajan por el bien. Y  nuestra tarea es colaborar con Dios para que cada vez haya más bien a  nuestro alrededor, no reprocharle la existencia del mal. Como aquel hombre  que le preguntaba a su amigo: “¿Vos rezas a Dios?” “Sí, todas las noches”. “¿Y qué le pides?” “No le pido nada. Simplemente le pregunto en qué puedo  ayudarlo”.

fuente
www.valoresreligiosos.com.ar

2 comentarios:

  1. FERNANDO COINCIDO CON TU FORMA DE PENSAR. La búsqueda de la paz, la felicidad y la libertad es legítima en el ser humano. Pero sólo podemos alcanzarlas a través del auto descubrimiento, conociendo
    nuestros defectos y eliminándolos. Desarrollando nuestras virtudes y facultades latentes. http://www.scribd.com/doc/17148152/CRÍTICA-A-LA-UTOPÍA-CRISTIANA-EN-DEFENSA-DEL-ESTADO-LA-IGLESIA-Y-LA-SOCIEDAD

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  2. Rodolfo
    agradezco tu comentario, es alentador no sentirse solo en las cosas que atañen al espiritu.
    Fernando.

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