Francois de La Rochefoucauld |
Todo el mundo se lamenta de su mala memoria, pero nadie de sus malos juicios.
Olvidamos fácilmente nuestras faltas cuando sólo las conocemos nosotros.
Si resistimos las pasiones es más por su debilidad que por nuestra fortaleza.
No se elogia, en general, sino para ser elogiado. Rechazar un elogio suele esconder el deseo de ser elogiado dos veces.
Siempre queremos a los que nos admiran, pero no siempre queremos a los que admiramos.
La envidia se desvanece ante la verdadera amistad, y la coquetería ante el amor verdadero.
Los celos siempre nacen con el amor, pero no siempre mueren con él. En los celos hay más amor propio que amor.
Lo que nos hace disfrutar nuevas amistades no es tanto el cansancio que nos inspiran las antiguas, ni el placer del cambio, como la desazón de no ser suficientemente admirados por aquellos que nos conocen mucho, y la esperanza de serlo más por aquellos que no nos conocen tanto.
Hay personas tan ligeras y tan frívolas que son tan incapaces de tener verdaderos defectos como cualidades sólidas.
La sinceridad es abrir el corazón. En pocas personas se encuentra; la que se ve de ordinario no es sino una fina disimulación para atraer la confianza de la gente.
Hay ciertos defectos que, bien manejados, brillan más que la misma virtud.
Una de las causas que hace que se encuentren tan pocas personas que parezcan razonables y agradables en la conversación es que no hay casi nadie que no piense más en lo que quiere decir que en responder seriamente a lo que le dicen.
- François de La Rochefoucauld (1613-1680) nació y murió en París. Fue un moralista y estudioso de la conducta humana, admirado, entre otros, por Friedrich Nietzsche. Su obra principal, Reflexiones o sentencias y máximas morales, fue publicada anónimamente en 1665.
Fuente : Lanacion.com
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