Recibi este texto en un email enviado por un amigo , con quien tenemos lazos que nos unen desde hace 57 años , leyeron bien , no hay error , desde nuestros 15 o 16 años.
A menudo criticamos internet por la influencia negativa que puede tener , especialmente en la gente joven , pero hoy compruebo una vez mas , como tambien puede acercar a las personas y hacerlas compartir tanto alegrias como dolores.
En este caso en particular , no tengo certeza de que la carta sea real , tiene firma pero no conozco a la autora. Es mas , desearia con todo mi corazon que fuese solo una pieza literaria , que me llego profundamente y no fruto del sufrimiento de una madre.
Como fuere , aqui esta , la comparto con uds. , puede acompañarnos en el dolor o darnos una leccion de vida , en cualquiera de los dos casos , cumplira su mision.
Con todo mi afecto
Fernando.
Lo que aprendí cuando murió mi hija
Aprendí que una criatura de cinco años puede ser más sabia y más fuerte que un adulto. Que sabe sobrellevar una terrible enfermedad con el mayor optimismo, no pensando en mañana sino viviendo siempre el hoy. Aprendí que gente que vive cien años puede no dejar las marcas, la estela de luz que puede dejar una criatura.
Mi hija vivió en cinco años lo que yo no viví en treinta y seis. Lo aprendió todo rápido y se fue. Seguramente, todo esto que ahora estoy viendo, ella ya lo había visto, y lo había entendido mejor que yo. Le tenía miedo a las ambulancias, a los truenos, a los médicos y a Papá Noel. Sin embargo, enfrentó la muerte solita, antes que yo, sin mí…
Aprendí que esta vida es corta, tan corta que puede durar sólo cinco años. Por eso definitivamente sé, hoy más que nunca sé, que no se trata de cantidad sino de calidad. No sé si conocí o conoceré a alguien tan intenso como mi bebé. Tan apasionada de la vida. Tan predispuesta a darte una mano. A levantarse temprano y a acostarse tarde. Tan vivaz y con la capacidad de darse cuenta cuando su mamá estaba triste o cansada. Con tanta personalidad. Tan chiquitita que era grande. Tan grande era que su ausencia llena todo mi cuerpo. Cada rincón de la casa. Del auto. Cada uno de sus juguetes. Cada esquina de nuestro barrio. El patio del edificio. Su sillita del jardín, con su nombre pegado en el respaldo. Su mochilita. Escucho su ausencia en todas y cada una de las canciones de la radio. En todas escucho su voz, la veo bailar, la veo dormir, luego de cantárselas yo.
Aprendí que aunque no me creía fuerte, lo soy. Que Dios existe, aunque no lo entienda, porque con seguridad es Él quien me mantiene en pie. He decidido no usar más las palabras tragedia, horror, dolor, problema con liviandad, por respeto a Valentina. Para mí hoy no es problema lo que tiene solución. Aprendí que hay que comer primero el postre. Que hay que usar la vajilla de porcelana todos los días y no reservarlas para las ocasiones especiales. Cada almuerzo, cada cena es una ocasión especial. Irrepetible. Tal vez, la última.
Aprendí que lo material no sirve de nada. Porque si no sirve para evitar que tu hija se muera, entonces es inútil. Al momento de morir, lo único que pudimos darle es lo que habíamos sembrado en su alma. Es el alma el único bolsito que llevamos. Cargado del amor de la familia y amigos. Lleno de besos, anécdotas graciosas, cuentos nocturnos, aventuras en bicicleta y canciones de arrorró. Sé, con todo mi corazón, que la valijita de Valu se fue con exceso de equipaje. Y eso me da paz. Sé que fue feliz y que ser felices no es una utopía, porque nosotros lo fuimos.
Cuando la extraño mucho, mucho, tanto que con ella me quiero ir, la imagino radiante, con sus ojitos más azules que nunca, confundiéndose con el Cielo. Sumergiéndose desde el trampolín de sus ganas insaciables a ese mundo de dicha absoluta, escoltada por el amor divino e inmutable. Veo cumplidos a todos sus sueños eclipsados. La veo amada, mimada, consentida. Tomando chocolatada en pijama con sus dos trencitas. Dibujando en sus cuadernos. Tirándose del tobogán. Corriendo a carcajadas. Jugando a la mancha y a la escondida. Sana.
Aprendí que quiero ser fuerte como ella. Y por eso no me dejo caer. Sé que no voy a lograr tan alta expectativa, pero esa es mi meta. Que ella esté orgullosa de mí casi tanto como yo lo estoy de ella.
Daniela Pisano
A menudo criticamos internet por la influencia negativa que puede tener , especialmente en la gente joven , pero hoy compruebo una vez mas , como tambien puede acercar a las personas y hacerlas compartir tanto alegrias como dolores.
En este caso en particular , no tengo certeza de que la carta sea real , tiene firma pero no conozco a la autora. Es mas , desearia con todo mi corazon que fuese solo una pieza literaria , que me llego profundamente y no fruto del sufrimiento de una madre.
Como fuere , aqui esta , la comparto con uds. , puede acompañarnos en el dolor o darnos una leccion de vida , en cualquiera de los dos casos , cumplira su mision.
Con todo mi afecto
Fernando.
Lo que aprendí cuando murió mi hija
Aprendí que una criatura de cinco años puede ser más sabia y más fuerte que un adulto. Que sabe sobrellevar una terrible enfermedad con el mayor optimismo, no pensando en mañana sino viviendo siempre el hoy. Aprendí que gente que vive cien años puede no dejar las marcas, la estela de luz que puede dejar una criatura.
Mi hija vivió en cinco años lo que yo no viví en treinta y seis. Lo aprendió todo rápido y se fue. Seguramente, todo esto que ahora estoy viendo, ella ya lo había visto, y lo había entendido mejor que yo. Le tenía miedo a las ambulancias, a los truenos, a los médicos y a Papá Noel. Sin embargo, enfrentó la muerte solita, antes que yo, sin mí…
Aprendí que esta vida es corta, tan corta que puede durar sólo cinco años. Por eso definitivamente sé, hoy más que nunca sé, que no se trata de cantidad sino de calidad. No sé si conocí o conoceré a alguien tan intenso como mi bebé. Tan apasionada de la vida. Tan predispuesta a darte una mano. A levantarse temprano y a acostarse tarde. Tan vivaz y con la capacidad de darse cuenta cuando su mamá estaba triste o cansada. Con tanta personalidad. Tan chiquitita que era grande. Tan grande era que su ausencia llena todo mi cuerpo. Cada rincón de la casa. Del auto. Cada uno de sus juguetes. Cada esquina de nuestro barrio. El patio del edificio. Su sillita del jardín, con su nombre pegado en el respaldo. Su mochilita. Escucho su ausencia en todas y cada una de las canciones de la radio. En todas escucho su voz, la veo bailar, la veo dormir, luego de cantárselas yo.
Aprendí que aunque no me creía fuerte, lo soy. Que Dios existe, aunque no lo entienda, porque con seguridad es Él quien me mantiene en pie. He decidido no usar más las palabras tragedia, horror, dolor, problema con liviandad, por respeto a Valentina. Para mí hoy no es problema lo que tiene solución. Aprendí que hay que comer primero el postre. Que hay que usar la vajilla de porcelana todos los días y no reservarlas para las ocasiones especiales. Cada almuerzo, cada cena es una ocasión especial. Irrepetible. Tal vez, la última.
Aprendí que lo material no sirve de nada. Porque si no sirve para evitar que tu hija se muera, entonces es inútil. Al momento de morir, lo único que pudimos darle es lo que habíamos sembrado en su alma. Es el alma el único bolsito que llevamos. Cargado del amor de la familia y amigos. Lleno de besos, anécdotas graciosas, cuentos nocturnos, aventuras en bicicleta y canciones de arrorró. Sé, con todo mi corazón, que la valijita de Valu se fue con exceso de equipaje. Y eso me da paz. Sé que fue feliz y que ser felices no es una utopía, porque nosotros lo fuimos.
Cuando la extraño mucho, mucho, tanto que con ella me quiero ir, la imagino radiante, con sus ojitos más azules que nunca, confundiéndose con el Cielo. Sumergiéndose desde el trampolín de sus ganas insaciables a ese mundo de dicha absoluta, escoltada por el amor divino e inmutable. Veo cumplidos a todos sus sueños eclipsados. La veo amada, mimada, consentida. Tomando chocolatada en pijama con sus dos trencitas. Dibujando en sus cuadernos. Tirándose del tobogán. Corriendo a carcajadas. Jugando a la mancha y a la escondida. Sana.
Aprendí que quiero ser fuerte como ella. Y por eso no me dejo caer. Sé que no voy a lograr tan alta expectativa, pero esa es mi meta. Que ella esté orgullosa de mí casi tanto como yo lo estoy de ella.
Daniela Pisano
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