miércoles, 2 de febrero de 2011

SOCIEDAD - AMOR , SALUD Y COMPAÑIA.



Todos tenemos la fuerza y el valor para hacer lo que sabemos que es bueno para nosotros mismos.
Vivimos en ciudades donde las prisas, las urgencias y el vivir acelerado nos relegan hasta casi el último lugar. En la artificial ciudad, que creemos tan normal, todo es más importante que nosotros mismos y nuestras sencillas necesidades de amor, salud y compañía. Y así, casi sin darnos cuenta, reafirmándonos constantemente en lo normal nos alejamos de lo natural.Lo normal es tratar de hacer muchas cosas, en cambio lo natural es tener tiempo para nosotros y aquellos que amamos. Lo natural es cuidar de nuestro cuerpo, dándole el descanso que necesita, el amor que precisa. Es cuidar de nuestra mente, viviendo en armonía con la naturaleza, es no permitir que nadie ni nada nos robe nuestro espíritu.Vivir en armonía con la naturaleza no significa volver a la edad de piedra, sino permitir el desarrollo de nuestro potencial humano al tiempo que aumenta el tecnológico. Al actuar así estaremos seguros de que la tecnología que hemos desarrollado no nos aniquilará.Si vives en la ciudad, acude a menudo al bosque. Deja tu automóvil aparcado; no se trata de recorrer muchos kilómetros, sino de caminar en solitario, con paso pausado, para así poco a poco integrarte en el entorno. Escoge una senda y recórrela a menudo. Observa los márgenes, las plantas, las florecillas o las rocas si las hay. Olvídate de tus preocupaciones y de vez en cuando haz un alto en el camino, toca alguna roca, pero no te sientas diferente a lo que tocas. No seas presuntuoso, no sólo tú acaricias, también eres acariciado. La diferencia es que tú lo ignoras, mientras la roca es plenamente consciente del contacto. Hazlo poco a poco; cuando deposites tu mano sobre la dura piedra, cierra los ojos, relaja los sentidos y ábrete a sentir como la roca. Comprobarás que también te acaricia. Abraza a un árbol, pero no te tires bruscamente sobre él. A nadie le gusta que un desconocido se comporte así, y mucho menos a unos seres tan sensibles como son los árboles. Primero obsérvalo completamente, y luego, si el lugar te lo permite, camina alrededor tres veces, como si lo cortejaras. De este modo te ganarás su confianza. Luego levanta tu mano izquierda y apóyala respetuosamente sobre su tronco, cierra los ojos y abandónate en ese contacto. Siente la rugosa corteza y déjate llevar por la sensación que el contacto te produce. Recuerda que no eres sólo tú quien tocas, sino que también eres tocado. Luego separa tu mano y siéntate a sus pies y descansa, observa el paisaje, lee o medita. Comparte algún tiempo de tu vida con él. Y cuando te despidas, cuando la calma haya penetrado en tu mente, con su permiso lentamente ábrele tu corazón, al tiempo que tus brazos se extienden y te fundes en un cálido y respetuoso abrazo. Los árboles nos muestran un mundo armónico donde el amor aún es posible.
Frederic Solergibert

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