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Por Rolando Hanglin | Para LA NACION
Martes 19 de junio de 2012
La
palabra "tano" es una apócope de "napolitano", pero se emplea -en el
habla familiar de Buenos Aires- para designar a cualquier italiano, de
la región que fuese, y a los italianos en general. Del mismo modo que se
ha establecido el "gallego" o "yoyega" o "gaita" para todos los
españoles, sin distinción de provincias o autonomías.
Pero no se llama "tano" a cualquier persona de apellido
italiano, porque en ese caso el apodo valdría casi para la mitad de los
argentinos. Sólo se emplea para los nacidos en Italia, o para los hijos
de un notorio italiano. Suele hablarse del "tano" Fulano y su hijo, "el
tanito" Mengano. Cuando el hijo crece y se hace adulto, ya merece el
apodo de "tano".
Este término coloquial es exclusivo de Buenos Aires, ya
que en otras provincias de fuerte composición italiana se usa el
"Gringo". Específicamente, en Santa Fe y Entre Ríos, para los "Gringos
de las Chacras", que componen las tradicionales colonias agrícolas del
Litoral, y son de origen italiano, suizo o alemán.
La palabra "Gringo" se utiliza en Cuba, Puerto Rico,
Méjico y en la Florida para designar a los americanos de habla inglesa y
sus costumbres. En Brasil, los "gringos" somos nosotros, los
argentinos, en general. Y en España, donde el idioma se emplea con mayor
propiedad, no se dice "gringo" sino "guiri", en referencia a los
extranjeros del Norte. Por ejemplo: un italiano, un griego, un
argentino, no son "guiris" pero sí cualquier alemán, inglés o sueco. En
cambio, un francés sería corrientemente un "gabacho", que es como para
nosotros decir "franchute".
La inmigración italiana en la Argentina es tan
torrencial que apenas puede compararse con la del Uruguay, los Estados
Unidos o Australia. Numerosos personajes, conocidos en todo el mundo y
argentinos por excelencia, tienen origen italiano. Algunos: Ernesto
Sábato, Arturo Frondizi, Lionel Messi, Juan Manuel Fangio, Roberto De
Vicenzo, René Favaloro, Alfredo Di Stefano, Enrique Omar Sívori, Claudio
Caniggia, Héctor Alterio, Valeria Mazza, los plásticos Berni,
Castagnino y Soldi, Carlos Pellegrini, Alejandro Sabella, Carlos
Bianchi, Martín De Michelis, Javier Pastore, Javier Mascherano...en fin.
La lista sería interminable.
Conviene recordar que la presencia italiana en América
es muy antigua. Empezando por Cristóforo Colombo, quien -hasta que se
demuestre otra cosa- era genovés. Hubo también un virrey Bucarelli, pero
también otros de origen no español como los virreyes don Ambrosio
O´Higgins (padre irlandés del prócer chileno) y don Santiago de Liniers,
militar francés que sirvió fielmente a España.
Durante aquellos tiempos de
soltería, Manuel contrajo la sífilis. Esta enfermedad minaría su salud y
lo llevaría a la muerte antes de cumplir 50
Pero puede considerarse que el primer "Tano" de estas
tierras fue Domenico Belgrano Peri, nacido en Oneglia, en el golfo de
Génova, que perteneció en sus tiempos al reino de Cerdeña. Domenico
emigró a los 19 años, hacia 1749, y se radicó en Cádiz, ciudad española
muy vinculada a las Indias (es decir, América española) que tenía 50 mil
habitantes a mediados del siglo XVIII. Abundaban entre ellos los
súbditos italianos y franceses, vinculados con el comercio atlántico.
Funcionaban la Real Compañía de Guardiamarinas y el Real Colegio de
Cirugía de la Armada. Estos detalles le daban un toque joven y
estudiantil. La Casa de Contratación de Indias fue trasladada de Sevilla
a Cádiz en 1717, con lo cual toda la ciudad -puerto de partida de las
naves que iban o venían de América- adquirió un aire cosmopolita y
americano. En los jardines -de base andaluza- se veían árboles de
América como el ombú, el jacarandá, el drago, el ficus.
Allí ejerció el comercio el Sr. Belgrano Peri. En 1751,
se embarcó hacia Buenos Aires (a bordo del navío El Poloni) junto a su
primo don Angelo Castelli. Los dos tendrían hijos varones que pasarían a
la historia como revolucionarios argentinos.
Belgrano salió de aquella Cádiz alegre y próspera, pero
desembarcó en una Buenos Aires más bien pobretona. La ciudad, la famosa
ciudad-puerto de la historia...¡No tenía puerto! Los barcos anclaban en
pleno río de la Plata. De la nave se pasaba a unos botes de remo, y
luego los pasajeros debían montar a caballo, para llegar hasta la orilla
empapados, o amontonarse en unas carretas de ruedas altas. A veces,
recorrían el tramo final arremangándose los pantalones y chapoteando en
el agua barrosa, con los zapatos en la mano.
El caso es que, en aquella ciudad colonial, Doménico
hizo una gran carrera, tanto en el comercio como en la milicia.
Exportaba cueros, tejidos y lana, cerraba negocios con ciudades del
Alto Perú, Chile, la propia Córdoba, Cádiz y puertos de Inglaterra y
Brasil. Belgrano padre participó también del tráfico de esclavos
africanos.
Tal vez habría cumplido ya los 35 años cuando se casó
con una distinguida niña santiagueña: María Josefa González y Casero, de
sólo quince años. Era la edad casadera de las mujeres de aquel tiempo.
Aquella muchachita tuvo quince hijos, de los cuales sobrevivieron doce.
Uno fue Manuel Belgrano, que murió soltero, aunque dejó descendencia.
Este número alucinante de hijos era de rigor: la
hermana de Manuel, llamada María Josefa como su madre, se casó con el
sevillano José María Calderón de la Barca, y tuvieron diez.
Belgrano fue de estudios desordenados y de gran inquietud
Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació
el 3 de junio de 1770, mientras su padre proseguía su exitosa gestión
en los negocios y la milicia, bajo la protección del Virrey Pedro de
Cevallos.
Belgrano fue al Nacional Buenos Aires, como solemos
repetir con orgullo (un poco pavote, ya lo sabemos) los ex alumnos. En
realidad, cursó una especie de secundario en el Real Colegio de San
Carlos (predecesor del CNBA) que era una institución fundada por el
Virrey Vértiz en 1783, sobre la base del Colegio de San Ignacio, que
habían conducido los jesuitas, hasta su expulsión en 1767. Se regía por
los planes de estudios ya vigentes en el Colegio de Montserrat de
Córdoba, que si no me equivoco todavía existe.
Requisitos para ser admitido en el San Carlos: "Ser de
primera clase, hijo legítimo, saber leer y escribir. Los padres debían
ser cristianos viejos, limpios de toda mancha de sangre de judíos,
moros, indios o penitenciados por el Santo Oficio de la Inquisición".
Reglamentos del mismo tipo imperaban en España para cursar estudios,
civiles o militares. Belgrano entró a los 14 años, en 1784, y vistió el
uniforme obligatorio de los colegiales de entonces: una loba (especie de
sotana de paño negro) con sobretodo color musgo, un sombrero negro de
tres picos y cuello rojo con las armas reales bordadas en plata. Nada
que ver con el atuendo actual de los alumnos del colegio. ¿Verdad?
Allí cursó tres años y luego viajó a España, con
intención de estudiar en Salamanca, junto a su hermano Francisco José
María. Pero, a pesar del apoyo de su padre, los certificados eran
insuficientes. En su accidentado paso por las universidades, según
afirma Miguel Angel de Marco en su notable biografía "Belgrano- Artífice
de la Nación- Soldado de la Libertad", Belgrano presentó ante la
Universidad de Valladolid un papel fraguado, atestiguando (con fecha 21
de junio de 1788) que Manuel estaba matriculado desde 1782, habiendo
cursado, en doble turno, dos años de Filosofía y cuatro de Instituciones
Civiles en la Universidad de Oviedo. Al parecer -dice De Marco- la
práctica de la falsificación de estudios era frecuente, y hasta la había
empleado un prócer de la Ilustración, don Gaspar Melchor de Jovellanos.
En este certificado se omitían por completo sus estudios en Salamanca:
dos años desprolijos.
El caso es que Belgrano obtuvo su certificado de
bachiller en Leyes. Por aquel entonces, su padre Domenico había sido
encarcelado, a causa de un negociado, en el Río de la Plata, que tardó
en aclararse. Manuel, por su parte, solicitaba dispensa papal para leer
libros prohibidos de la época: Malebranche, Adam Smith, Condillac.
Llegaron los años difíciles. Manuel vivía, con su
hermano también estudiante, de a ratos en casa de su hermana y su cuñado
Calderón de la Barca, en Madrid. Durante aquellos tiempos de soltería,
Manuel contrajo la sífilis. Esta enfermedad minaría su salud y lo
llevaría a la muerte antes de cumplir 50 años.
El litigio en defensa de su padre absorbió las energías
de Manuel. Los papeles reunidos (explica a su madre en carta del 11 de
agosto de 1790) "formaban un verdadero promontorio que iba y venía por
las oficinas". Doña María Josefa González, a todo esto, se hacía cargo
de sostener a su familia en Buenos Aires, asistir a su marido preso y
ayudar a los dos hijos que vivían en España.
Belgrano fue de estudios desordenados y de gran
inquietud: "Confieso que mi aplicación no la contraje tanto a la carrera
que había ido a emprender, como al estudio de los idiomas vivos, de la
economía política y el derecho público" (Autobiografía). Su madre
ansiaba verlo con título de doctor en Leyes. Pero Manuel le respondió en
una carta concluyente: "Definitivamente, renuncio a graduarme de
doctor. Lo contemplo como una cosa inútil y un gasto superfluo. Además
que, para ser abogado, me basta el grado que tengo, y la práctica que
llevo adquirida". Y en carta a su padre, afirma en diciembre de 1790 que
lo de doctor es "una patarata". (¿Un mamarracho?)
En 1790, Belgrano estaba en San Lorenzo del Escorial,
litigando ante la corte para lograr el total desembargo de los bienes de
su padre, que ya estaba en libertad y había vuelto a casa. Pero sin un
peso. Manuel le escribe, feliz, que ha recibido autorización del papa
Pío VI para leer libros prohibidos: "...la facultad de leer y conservar
durante su vida todos y cualquiera libros de autores condenados, aunque
sean heréticos, y en cualquier forma que estuviesen publicados, con tal
de que los guarde para que no pasen a otras manos..." (14 de septiembre
de 1790).
En enero de 1793, finalmente, Belgrano concurre a la
Real Cancillería de Valladolid para demostrar que estaba en condiciones
de realizar actividades forenses. Lo examinaron como abogado y lo
aprobaron. Belgrano estaba en condiciones de poner bufete, cosa que
nunca hizo. Pero volvió a Buenos Aires.
Un retrato espiritual de Belgrano: "Su inteligencia, su
espíritu inquieto e impresionable, lo desanimaban con respecto a la
asistencia sistemática a las aulas". (De Marco)
Viajó por España e Italia, cuya lengua hablaba a la
perfección. Soñó con ocupar alguna secretaría de Embajada, pero no pudo
ser. El certificado presentado a la Universidad de Valladolid lo
describe, en 1789, como "natural de la ciudad de Buenos Aires, de 19
años de edad, poco más o menos pelo rojo y ojos castaños". Se distinguía
por su porte extranjero, de maneras cultas y refinadas, que le
permitían frecuentar los principales salones.
Evidentemente, era un hijo de padres ricos. Vivió su
juventud como un torbellino y se guió por las ideas de su generación:
"Como en la época de 1789 me hallaba en España y la Revolución de
Francia hiciese también la variación de ideas, sobre todo en los hombres
de letras con quienes trataba, se apoderaron de mí las ideas de
libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y sólo veía tiranos que
impedían al hombre disfrutar de sus derechos". Un liberal
revolucionario.
Aquel muchacho vuelve a Buenos Aires en marzo de 1794.
Así lo describe Bartolomé Mitre: "Joven, rico y de buena presencia,
todas las puertas se le abrían. El prestigio de un viaje al Viejo Mundo,
su instrucción variada, sus conocimientos de música, su título de
abogado, sus maneras afables y cultas, le dieron un lugar distinguido en
la sociedad. Se relacionó con los jóvenes más inteligentes de la época.
Especialmente con Castelli, a quien transmitió su gusto por los
estudios económicos".
El prestigio de un viaje al
Viejo Mundo, su instrucción variada, sus conocimientos de música, su
título de abogado, sus maneras afables y cultas, le dieron un lugar
distinguido en la sociedad
En los años subsiguientes, Belgrano será funcionario de
la Corona Española (en el Consulado, donde llegó a ser secretario) y
llorará de impotencia al producirse las Invasión Inglesa de 1806. Sus
quince años en el Consulado le permitieron trazar un perfil estadístico y
económico del Virreinato. Estudió y publicó en el Anuario las
características de la educación, la agricultura, la producción pecuaria,
las fronteras, el comercio. Hacia 1806-1807, ya había realizado un
amplio examen técnico del Río de la Plata y un pre-programa de gobierno.
Por lo general, se conoce que Belgrano participó del
movimiento de 1810, que integró los distintos gobiernos iniciales, y que
debió improvisarse como militar. En estos tiempos, mantuvo un exquisito
diálogo con el general San Martín, a quien Belgrano sugería suavemente
que respetara las formas de la religión católica y las creencias del
pueblo, muy especialmente la devoción por la Virgen.
Belgrano fue un católico profundo, a la vez que testigo
de la Revolución Francesa con su guillotina y sus desbordes, y lector
extasiado de Adam Smith en la "Riqueza de las Naciones".
Uno de los momentos más dramáticos, en la vida de
Belgrano, se produce cuando llegan a Buenos Aires las noticias de una
conspiración tramada en Córdoba por algunas personalidades de
orientación monárquica. Las encabeza, nada menos, Santiago Liniers, el
ex virrey, que se encontraba teóricamente retirado y atendiendo un campo
de su propiedad, junto al gobernador Juan Gutiérrez de la Concha y el
obispo Rodrigo Antonio de Orellana, más otros vecinos destacados. Se
proponían resistir a la revolución, con ayuda de unos mil milicianos, a
los que habían convocado junto a distintos jefes militares y políticos:
el coronel Santiago Allende, el teniente de gobernador Victorino
Rodríguez y el secretario Joaquín Moreno, entre otros.
Corría el año 1810. Era el momento de consolidar el
movimiento revolucionario o dejarlo languidecer. La reacción ante el
"cabildazo" de Buenos Aires era muy desabrida en ciudades como Córdoba,
Montevideo, Asunción del Paraguay...¡Y ni hablar de la rica y monárquica
Lima, la ciudad del oro, los marqueses y la inquisición!
La Primera Junta, con la firma de todos sus miembros,
excepto Alberti por su condición de sacerdote, resuelve que todos los
contrarrevolucionarios sean "arcabuceados". Saavedra, como Belgrano y
Castelli, había compartido con Liniers la Reconquista de Buenos Aires.
Todos ellos le tenían gran aprecio. Seguramente, fue un momento
terrible. Tal vez lo fue menos para Moreno, Larrea y Matheu, que venían
del partido de Alzaga. Este último, en realidad, también moriría
ejecutado poco después. El caso es que la decisión se tomó, y constituyó
el punto de no retorno de los revolucionarios.
La ejecución de Liniers y los suyos, para colmo, fue
tortuosa. Al recibir la orden, el 10 de agosto, el coronel Antonio Ortiz
de Ocampo se negó a cumplirla. Mandó los prisioneros a Buenos Aires,
para que Moreno se hiciera cargo. Este recibió la noticia y, furioso,
repitió la orden de "arcabucearlos". El 26 de agosto, cuando asistían a
la misa que celebraba Monseñor Orellana (otro conjurado) en la capilla
de Cruz Alta, fueron prendidos y trasladados a Chañar de los Loros.
Allí, el miembro de la Junta Juan José Castelli les leyó la sentencia.
Moreno había escrito a Castelli: "Espero que no
incurrirá en la misma debilidad que nuestro general; si todavía no
cumpliese la determinación, irá Larrea, y por último iré yo mismo si
fuese necesario".
Dicen algunos contemporáneos que ningún soldado criollo
aceptó integrar el pelotón de fusilamiento, por la sencilla razón de
que Liniers era el héroe de la Reconquista, amado en todo el país. Fue
preciso convocar a desertores irlandeses, de los muchos que se habían
alistado en 1806-1807, y que siendo gringos no trepidaban ante el
prestigio de Liniers. Colofón: todos fusilados, salvo el obispo, quien
fue remitido preso a Luján. Agregan los testigos que el tiro de gracia
-triste privilegio- lo efectuó el coronel Domingo French.
En este episodio, muchos historiadores han visto la
mano de Moreno, el integrante más "jacobino" o "arrebatado" de la Junta,
porteño de sólo 31 años. Los otros integrantes eran: el coronel Miguel
de Azcuénaga (56) porteño; don Cornelio Saavedra (50) nacido en
Potosí, a quien frecuentemente se supone militar, pero era doctor en
Filosofía y Teología; el doctor Juan José Paso (52) porteño; el
presbítero doctor Manuel Alberti (47) porteño, el comerciante Domingo
Matheu (44) español de Cataluña; el bachiller Manuel Belgrano (39),
porteño y luego los dos más jóvenes: el doctor en Leyes y periodista
Mariano Moreno (31), porteño, y el comerciante Juan Larrea (28), también
catalán. Es decir: había dos españoles y un cura en aquella comisión.
Los distintos miembros del organismo colectivo
representaban a varios sectores de interés y opinión. Entre el
conservadorismo de Saavedra, que sólo había aceptado el cargo para
"contribuir a la tranquilidad pública", pidiendo respeto y aprecio por
el expulsado Virrey Cisneros, y el fuego autoritario de Moreno,
funcionaba como moderador y articulador el bachiller Belgrano,
secundado por su pariente Juan José Castelli.
Las cosas se iban a poner más difíciles para los
españoles europeos en los meses siguientes. Se leen, por ejemplo, en un
pliego de órdenes las siguientes instrucciones: "En todo el territorio
que recorra, todo europeo que no reúna las cualidades de casado, con
hijos y bienes raíces, será trasladado inmediatamente a Santa Fé". Otra
orden jacobina de Moreno: "Es necesario purgar el territorio de todo
europeo".
El 4 de septiembre de 1810, la junta designa a Belgrano
general en jefe de las tropas que debían cruzar a la banda oriental,
para doblegar la resistencia de Montevideo, y termina encabezando la
expedición al Paraguay, cuando en su vida no había hecho otra cosa que
estudiar leyes o economía política, y redactar artículos sobre negocios y
educación en el Correo de Comercio.
Soltero, hijo de ricos, talentoso, soldado de fortuna, triunfador, todavía joven...murió pobre e ignorado por sus compatriotas
Una linda estampa de Belgrano: "El general era de
regular estatura, pelo rubio, cara y nariz fina, color muy blanco, algo
rosado, sin barba. Tenía una fístula bajo un ojo, que no lo desfiguraba,
pues era casi imperceptible. Su cara era más bien de alemán que de
porteño. No se lo podía acompañar por la calle, porque su andar era casi
corriendo. No dormía más que tres o cuatro horas. A medianoche montaba a
caballo y salía de ronda, a observar su ejército, acompañado sólo de un
ordenanza. Era tal la abnegación con que este hombre extraordinario se
entregó a la libertad de su patria, que no tenía un momento de reposo.
Nunca buscaba su comodidad; con el mismo placer se acostaba en el suelo o
en una mullida cama".
Y después: "Honrado, desinteresado, recto, perseguía el
robo y el juego en el Ejército. No permitía que se le robara un solo
peso al Estado". (José Celedonio Balbín, "Documentos del Archivo de
Belgrano").
Evidentemente, el alma de este hombre había cambiado
vertiginosamente. En su juventud, aquel chico que lo tenía todo, fue
idealista, desordenado, soñador. En la madurez, un fanático del orden y
la seriedad.
Belgrano murió el 20 de junio de 1820 (año de caos) y
al entrar en agonía pagó sus honorarios al médico inglés Joseph Redhead,
con un reloj de oro de su propiedad. Otro médico, también británico, el
Dr. John Sullivan, ayudó a amortajar el cuerpo, que fue enterrado en el
atrio de la Iglesia de Santo Domingo.
Hay muchas otras cosas que contar. Por ejemplo, la vida
y filiación de don Pedro Rosas y Belgrano. Pero para conocer mejor a
este extraordinario "tano" (¡El primero!) mejor será acudir a la obra de
Mitre, la del doctor Miguel de Marco (miembro honorario del Instituto
Nacional Belgraniano) o el periodista e historiador Daniel Balmaceda. Y
quedan sin contarse las historias de Vilcapugio y Ayohuma, el éxodo
jujeño, las destituciones ingratas que sufrió don Manuel, sus gestiones
diplomáticas en Europa, la creación de la bandera, la constante donación
de sus sueldos, libros y bienes personales.
Pero sobre todo, ese misterio desconcertante: soltero,
hijo de ricos, talentoso, soldado de fortuna, triunfador, todavía
joven...murió pobre e ignorado por sus compatriotas. Lo dio todo por su
país en una época de convulsiones.
¿Por qué le habremos pagado tan mal?.