Imagen de la antigua moneda romana del bifonte dios Jano, en cuyo honor se denomina el mes de Enero, comienzo del año para la tradicion occidental.
Para los egipcios su Año Nuevo empezaba el 15 de junio; para las culturas andinas, a principios de diciembre, y para los celtas, el 1 de noviembre. Son tres ejemplos de los muchos que se podrían esgrimir, puesto que el hecho de nuestro año nuevo empiece un 1 de enero obedece más a cuestiones prácticas, astronómicas o agrícolas. Todos tenían algo que decir o apostillar, basándose en sus conocimientos científicos y en sus creencias religiosas.
Entre los diversos principios de año, el legal está fijado actualmente en la medianoche del primero de enero. Hasta hace algunos siglos esto no estaba tan claro.
En realidad, el calendario primitivo de Roma tenía 10 meses (304 días en total) y comenzaba por Martius (dedicado al dios Marte), que pasó a ser marzo en castellano. Le seguían abril, mayo, junio, quintilis, sextilis, september, october, november y december. Fue Numa Pompilio, el segundo rey de Roma (715-672 a. de C.) quien adaptó el calendario al año solar (cuatro de los originales meses romanos tenían 31 días cada uno; los otros seis, treinta) y le agregó los dos meses restantes: Januarius y Februarius.
Los romanos celebraban la fiesta de su dios Jano (el bifronte) el 1 de enero, y de él procede precisamente el nombre etimológico de enero, de janus, januariis, mes de Jano. Este era el dios protector de las puertas y de los comienzos en la región romana, a quien se le representaba con dos caras, con una vara y una llave. Para los celtas se hallaba bajo la protección de Abais, periodo en que el pasado y el futuro quedaban unidos.
Este mes recibió finalmente sus definitivos 31 días durante la reforma ordenada por Julio César en el 47 a. de C., decretando que el año debía empezar en enero (el nacimiento de su calendario juliano), con tanto éxito que sólo fue reformado por el calendario gregoriano nada menos que en el año 1582, para intentar reajustar los años bisiestos que traía de cabeza a los sabios de aquella época.
Hasta que se produjo el reajuste definitivo, la fecha del Año Nuevo variaba según las naciones. En Italia incluso de ciudad en ciudad, que ya es el colmo y ganas de complicar más un asunto de por sí complicado. En Florencia. por ejemplo, fue el 25 de marzo hasta 1749. En Venecia fue el 1 de marzo y en Milán el 25 de diciembre hasta 1797.
Este mes recibió finalmente sus definitivos 31 días durante la reforma ordenada por Julio César en el 47 a. de C., decretando que el año debía empezar en enero (el nacimiento de su calendario juliano), con tanto éxito que sólo fue reformado por el calendario gregoriano nada menos que en el año 1582, para intentar reajustar los años bisiestos que traía de cabeza a los sabios de aquella época.
Hasta que se produjo el reajuste definitivo, la fecha del Año Nuevo variaba según las naciones. En Italia incluso de ciudad en ciudad, que ya es el colmo y ganas de complicar más un asunto de por sí complicado. En Florencia. por ejemplo, fue el 25 de marzo hasta 1749. En Venecia fue el 1 de marzo y en Milán el 25 de diciembre hasta 1797.
En las colonias británicas de Estados Unidos se continuó celebrando el Año Nuevo el primero de marzo hasta 1752, porque en esa fecha es cuando se festejaba en Inglaterra. Los puritanos, que poblaron Estadios Unidos a partir del siglo XVII, eran protestantes y no toleraban la celebración de festivales religiosos. Consideraban pagana la costumbre de hacerse regalos el 1 de enero en lugar de Navidad al pensar que se hacía reverencia al dios Jano. En cambio, en aquellos lugares donde asentaron sus colonias los españoles, portugueses o franceses se empezó a celebrar el 1 de enero, a partir de 1582, año en el que se adoptó el calendario gregoriano.
Ahora bien, ¿cuándo se fijó por vez primera el 1 de enero como el inicio de año? En la antigua Roma empezaron a unificarse criterios. Según la tradición, fue señalado por la reforma del calendario atribuida a Numa (antes de él el comienzo era el 1 marzo). Las primeras noticias de este cambio se remontan al 1 de enero con la Lex Acilia en la mano, y al 153 a. de C. cuando los cónsules empezaron a ocupar sus cargos en esta fecha. La tradición del Año Nuevo se había consolidado plenamente como atestigua el poeta Ovidio en los Fastos, dándonos una imagen gráfica y bastante expresiva de esta fecha. Ovidio imagina que el dios Jano se aparece en persona al 1 de enero explicándole las costumbres de aquel día.
Enero (Ianuarius, en latín) estaba dedicado al dios bifronte Ianus, "que mira delante y detrás, al final del año transcurrido al principio del próximo". A Jano se le representa con dos rostros: uno barbudo y viejo y el otro joven. Su función consistía presidir los inicios y los renacimientos iniciáticos. Así pues se dedicaba a Jano bifronte -llamado el Iniciador- el mes había sustituido a marzo como inicio del año.
En este día lo romanos solían invitar a comer a los amigos y se regalaban ramos de laurel o de olivo procedentes del bosque sagrado de Strenia, la diosa de la salud, como augurio de fortuna y de felicidad. De aquí proceden los "strenae" romanos u obsequios de Año Nuevo que con el tiempo adoptaron la forma práctica y dulce de regalar o intercambiar jarros de miel con dátiles e higos con la frase: "Para que pase el sabor amargo de las cosas y que el ano que empieza sea dulce". Los strenae romanos persisten en el verbo español estrenar.
A diferencia de nuestro calendario actual, las calendas de enero de los antiguos romanos no eran unas fechas de vacaciones. Por el contrario, los actos de trabajo eran considerados como muy recomendables porque, según prescribía Jano (en palabras de Ovidio): "Consagraré a todos aquellos que empiezan el año trabajando para que no tengan un año ocioso".
A diferencia de nuestro calendario actual, las calendas de enero de los antiguos romanos no eran unas fechas de vacaciones. Por el contrario, los actos de trabajo eran considerados como muy recomendables porque, según prescribía Jano (en palabras de Ovidio): "Consagraré a todos aquellos que empiezan el año trabajando para que no tengan un año ocioso".
Jesús Callejo, Fiestas sagradas, Edaf, Madrid, pp.64-67.