jueves, 27 de enero de 2011

SOCIEDAD - EL ARTE DE LA CONVERSACION.


 Miguel Espeche
Para LA NACION

Tanto se ha insistido en la importancia de la rapidez de la información, tanto se ha alabado el paso rápido de datos de un lado a otro del planeta, que se ha olvidado el arte de la conversación, ese humano discurrir que sigue la lógica del viento y de la danza pero que, sin embargo, es amalgama esencial para la existencia de cualquier comunidad. Como si se hubiesen encontrado los "bueyes perdidos" que motivaron tantas conversaciones fluidas, el eficientismo comunicacional ha reducido la potencia simbólica y afectiva de la charla espontánea y entusiasta a un manual de instrucciones o un prospecto médico, relegando como suntuario todo lo que no sea compatible con una mecánica "eficaz" y, sobre todo, rapidísima, de intercambio.
Con el tiempo, y posiblemente en reacción contra la noción de que "el tiempo es oro" que subyace a esta idea de eficacia, en el Primer Mundo alguien empezó a vender la interesante idea de una vida "slow", una existencia más tranquila y mansa, sin tanto afán industrioso.
Claro, la materia prima de esa idea podría haber sido generada en alguna provincia del norte argentino, quizá Santiago del Estero, en donde los residentes saben de siestas y rondas de mate a la sombra, en las que la conversación tiene su momento. No se les ocurrió patentar la idea a nuestros hermanos del interior, una deficiencia de marketing, quizá. Pero, a no dudarlo, los primeros "slow" son ellos, o merecerían serlo, más allá de que con su trabajo hayan construido medio país.
Entre mates y rondas de charla "slow", la gente vive un tiempo que teje sentidos y ofrece pertenencias afectivas y comunitarias, y siempre gracias al eterno tema de los "bueyes perdidos", que ofrece motivos infinitos de conversación. Es en ese tipo de contextos que se manifiesta claramente a la conciencia que conversar es más, mucho más, que comunicar.
El compartir del bar, de la sobremesa o de la confidencia emocional tiene una eficacia ajena al productivismo y el inmediatismo tan en boga. Y tiene al tiempo como amigo, no como enemigo al que hay que derrotar a puro apuro.
Hoy, hasta el ocio ha sido industrializado, al punto de que suele hablarse de "ocio creativo", agregando el adjetivo para no sentir la culpa de estar ahí, estando nomás, sin siquiera pretender generar creatividad, ya que, si ésta adviene, será sin querer.
En sus consultorios, los psicólogos se encuentran con mucha gente que extraña la humanización que implica el hecho de estar con otros en un contexto amable, en el que el ánimo tenga más que ver con la comunión (la común-unión) que con la comunicación. Personas que llevan esas nostalgias de manera inconsciente; es decir, no se dan cuenta de que extrañan conversar, fluir con otros en resonancias y afectos, y que esa conversación no sea una carga sino un beneficio, un navegar en la palabra tan nutritivo y placentero como el relato de un abuelo a su nieto o un departir de enamorados.
Numerosos entendidos en las cosas de la mente y del espíritu hablan de vacío existencial al describir estos tiempos pragmatistas y digitales, aunque quizá debamos hablar, más que de vacío, de un "lleno". Este "lleno" (de sentimientos, de deseos, de dones), sin embargo, no puede compartirse por estar inhibidos los puentes de circulación. Eso ahoga corazones y mentes. A veces, hasta el colapso.
Los encuentros para conversar "de bueyes perdidos" son oportunidades para salir de la "asfixia de uno mismo" motivada por este encierro y para sentir la red a través de la cual circulan sueños, anhelos, afectos y misterios, ese pertenecer a un tiempo que pierde, por una breve eternidad, su relación con las agujas del reloj y la "eficacia", refrescando así el espíritu.
De cualquier modo, siempre habrá algún lugar en donde existan sillas en la vereda, sobremesas o círculos en los que las personas se recuerden unas a otras que son eso, personas, y no partes de un engranaje dentro del cual son tan sólo un dato más.
En ese contexto, y con esa perspectiva, vemos que la salud anímica de una comunidad se forja en sus conversaciones. No hay salud personal sin posibilidad de ofrecerle palabra compartida a la vida. Y es en la riqueza de las metáforas, los relatos y las creencias que se ponen en común donde se teje el destino de las sociedades.

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